
En este sueño Emma llega a visitarme un poco antes del atardecer. Lo sé porque el sol cae en diagonal sobre el lago y los destellos del agua parecen escamas que brillan de un solo costado. Este lago es tan abundante que el agua está por encima del nivel de la tierra; sin embargo, no se rebalsa, el agua excesiva, gorda, se mantiene sostenida por su propia abundancia, me hace pensar en un postre espumoso que se levanta sobre sí mismo. ¿De dónde ha salido Emma? Quizás del agua. Lo cierto es que no trae el pelo mojado, sino más bien revuelto, como si hubiera viajado al galope y el viento hubiera hecho una fiesta en su cabeza. Me gusta verla con el pelo así.
No hablamos. La recibo con felicidad. Y al abrazarla siento su mejilla en la mía. La sensación es tan física, tan real, que despierto y me toco la cara.
Interpretación
Mis sueños con Emma no son frecuentes. Sin embargo, cuando me visita –porque así considero su aparición en mis sueños, como una visita verdadera–, el impacto afectivo permanece. Ese pelo lleno de viento y de viaje me sugiere que ha tenido que atravesar grandes distancias para verme, sólo para verme. Y para que yo la vea. ¿No es la muerte acaso un largo viaje?
Al despertar, espero hasta el desayuno para contarle el sueño a mi marido. Porque los sueños son también viajes de los que uno trae noticias. Le digo que quizás Emma emergió del agua, pero que en el sueño ni siquiera cuestioné su trayecto. Mi marido dice que es natural la presencia de ese lago desbordado y sin embargo contenido. Y es cierto. Hace poco nos mudamos a esta ciudad, donde un cartel anuncia su espíritu: “Lake Mary, city of lakes”. Y la calle donde vivimos se llama precisamente “Lake Emma”. ¡Claro que me ha visitado! Y lo ha hecho para decirme que este es el lugar. Aquí. Ahora.