Sueño con fiesta de barrio y escalera en A

En este sueño, mi marido y yo asistimos a una fiesta que se celebra en el barrio de mis padres, en Montero. Un barrio popular, conformado por vecinos que se conocen, gente que desarrolla actividades económicas informales para subsistir en un mundo sin contemplaciones. Un mundo “descontemplado”, como decía mi hermano.

La fiesta es nocturna y la cumbia nos envuelve como un abrazo dulce. En algún momento, decido que quizás debería ponerme unas gotitas de perfume. Llevo un perfume en la cartera, es Chanel No. 5 (perfume que en mi vida despierta ni siquiera poseo). Busco el frasquito en el fondo siempre caótico de mi cartera y no lo encuentro. Una insoportable lava de indignación me sube y me quema en el cuello, donde debería estar frotándome el dichoso elixir.

Vámonos, le digo alterada a mi marido; me han robado mi perfume. ¡Como si pudieran valorarlo!

Cuando nos dirigimos al portón de ese patio de todos en el que la cumbia todavía picotea la tierra como una lluvia invisible, distingo a Pablo apoyado contra una de esas escaleras en A que utilizan los pintores para alcanzar el cielorraso.

¡Pablo!, ¿qué hacés acá?

Mi hermano me sonríe torciendo un poco la comisura izquierda, con ese gesto pleno de inteligencia tan suyo.

¿Buscabas tu perfume “Frustreishon”?

¡No te burlés! ¿Vos me lo robaste? ¿Vos tenés mi perfume? ¡Y yo renegando contra todos!

Mi hermano está ahí, flaco, apoyado contra aquella escalera como si sostener su esqueleto fuera una tarea innecesaria.

Oye, debo irme, le digo. (En la conciencia íntima o interior del sueño sé que no hay nada que yo pueda hacer para impedir eso que él ya ha decidido. Doy un paso hacia su cuerpo desgarbado y le revelo): Sólo quiero decirte algo. Una cosita.  Es algo verdadero.

Dale.

Te amo, ¿sabés? Te amo mucho.

Yo también te amo, dice mi hermano, levantando un poco la barbilla, mostrándome su cuello joven. Entonces le presto atención a su polera. Es una polera verde desgastada, como si un crayón infantil la hubiera dibujado a la rápida..

Interpretación

Soñé esta visita de mi hermano hace muchos meses, mientras vivía en el lugar del karma, Ithaca. Despierto con el sonido de la nieve dura que golpea la ventana como quien toca con los nudillos sobre el vidrio helado. Lo primero que me perturba es la polera con la que yo estoy durmiendo: es la misma que vestía mi hermano en el sueño. Acaricio la textura granulada del algodón viejo y cierro los ojos para que ese sueño no se me escape nunca.

Quizás Pablo diría que es un sueño “desmetaforizado”. Todo está claro aquí. Es, por tanto, e insisto en ello: una visita. Un pacto.

Por teléfono, esa misma semana mi madre me cuenta que por fin se han animado, no sin dolor, a refaccionar el apartamentito de Pablito. Ahora todo huele a pintura, dice. Y yo imagino la escalera en A.

A quienes nos entusiasman las posibilidades moleculares de la física cuántica, la idea de que la materia y otras formas de energía son mutuamente correspondientes nos brinda algo de consuelo ante lo limitado de este plano existencial. Por eso, cuando mi hijo –que por esos días trabaja en el Salvation Army organizando los artículos de las donaciones– regresa una tarde, poco después de este sueño, y me dice: hoy llegó un perfume que me pareció que podría gustarte, sé –incluso antes de abrir el paquete– de qué perfume se trata.

Del perfume como cercana simbología de la esencia espiritual podríamos discutir mucho, claro, pero creo que este sueño no me pide otro acto cognitivo que no sea el de reconocer, en el océano del alma, la posibilidad real de un encuentro con los fantasmas más amados.

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